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¡Cuidado con las brujas!

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¡Cuidado con las brujas!

Como os habréis dado cuenta, toda esta comarca transpira una gran influencia de lo espiritual: monasterios, iglesias, el Camino de Santiago que pasa por aquí… todo formaba parte del «bien”. ¿Y el mal, donde estaba el mal?, ya se sabe que no existe el uno sin el otro.

El mal lo representaban las bruxas, que es como se conoce en aragonés a las brujas. Había que defenderse de ellas, y lo primero que se debía hacer es no dejarlas entrar en las casas. Podían entrar andando, pero también transformadas en cualquier animal: un gato, un perro, un águila, quien sabe…, y preferentemente de noche. Para ello se cerraban las puertas y las ventanas, pero siempre quedaban huecos por los que penetrar a “dar mal”, que es como se llamaba al hecho de embrujar.

Si venían en forma de gato, se colaban por las gateras (los agujeros redondos en la base de la puerta que sirven para que entren y salgan los gatos de la casa). Para eso se marcaban cruces, esculpidas o pintadas en los lados de las puertas, o en las portadas de piedra. Clavadas en la puerta se colocaban carlinas, un cardo grande similar a un sol, o garras de rapaces o patas de jabalí.

En las ventanas se pintaban o picaban cruces, y muchas veces unas caras esculpidas en la piedra -motilones- que parece que querían decir «cuidado, estoy vigilando». Pero había un agujero que entraba directamente al corazón de la casa y que caía sobre la cabeza de sus moradores, que siempre estaba abierto y sin vigilancia: a chaminera, que es como se conoce a las chimeneas en el Alto Aragón. As chamineras altoaragonesas son muy anchas y se abren en un gran cono hasta que engloban toda la habitación. Allí, las gentes se pasaban las noches hablando al calor del hogar, y sus conversaciones y el calor de la casa salían por la parte alta de la chaminera, haciendo la morada vulnerable a quien escuchase y permitiendo a su vez que, una vez apagado el fuego, entrase la bruxa hasta la cocina. Para evitarlo, a la hora de ir a dormir se dejaban las tenazas abiertas sobre la ceniza en forma de cruz, y se colocaban en lo alto de las chimeneas los espantabruxas. Con este nombre se denomina a los muñecos de piedra que protegían la entrada de la chimenea. Otras Veces cumplían la misma misión pucheros brillantes puestos boca abajo. Santa Cruz es uno de los lugares en los que podéis encontrar algunos. Por los demás pueblos y ciudades de la comarca también veréis.

 

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